Por Christian Mathieu

A estas alturas resulta difícil saber si fue primero el huevo o la gallina, es decir las tiendas amantis o la web amantis.net. Pero sí, me acuerdo. La historia empezó en la calle Pelayo, 46 de Madrid. ¡Abría el primer amantis, rebosante de ilusión y sin un chavo!

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Recuerdo mirar los primeros juguetes con aire de suficiencia: pensaba que me las sabía todas y me preguntaba que iban a hacer esos juguetes que no pudiera hacer yo. Obviamente, me equivocaba. En cuanto empecé a estudiarlos y a leer libros de sexualidad me di cuenta de que que no tenía ni puta idea.

Poco a poco aprendimos a colocar los productos en la tienda con más sentido, estudiando el mercado y aventurándonos a traer juguetes de diseño, más ergonómicos… ¡diferentes a los que los spanish estaban acostumbrados!

Caer en un barrio como Chueca, por mucho que ya hubiera cambiado, no dejó a nadie indiferente. Casi como un elefante entrando en una cacharrería. Hay que tener en cuenta que fuímos pioneros en el concepto de tienda erótica en España, pero paso a paso fuimos abriendo los ojos de muchísima gente que descubrió que adentrase en amantis no era poner un pie en el infierno, más bien en el cielo.

Nuestros primeros clientes en la calle Pelayo fueron los vecinos: abuelos y abuelas que llevaban toda la vida en un barrio que no cesaba de cambiar. Verlos ojear los libros y mirar de reojo los juguetitos era impagable. Luego tuvimos más experiencias inolvidables: algún exhibicionista casposo, vendedores de cabezas de toro, locos que pedían el teléfono de las muñecas hinchables y tentativas de convertir la tienda en un motel erótico-festivo por horas…

Pero no todo pasa en las tiendas. Internet llegó poco después… Nos dimos cuenta que no solo en Madrid, sino en el resto del país… ¡¡¡Nos necesitaban!!! La web no dejaba de crecer, y de manera armónica fueron interrelacionándose web y tienda física. El público navegaba en la página o se acercaba a la tienda de manera tan natural como acercarse a por el pan.

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Pasados uno años, de aprendizaje y experiencias, decidimos abrir otra tienda en El Rastro. Qué mejor lugar, tan madrileño, donde dejar otra semillita. Una tienda en El Rastro suma a las cualidades de amantis lo más castizo de la ciudad. Los mercadillos, extranjeros con cara de perdidos, cañas, tapas y mas cañas y tapas. Sabor cañí.

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En las tiendas hemos tenido fiestas, conciertos acústicos e incluso alguna mini representación teatral. Pero los espectáculos más «pintorescos» los han provocado «clientes» con ganas de juerga y felina rapidez en desembarazarse de la ropa. Incluso, en alguna ocasión, me han propuesto participar en un… bueno, dejémoslo ahí. Vamos, que aburrirse, uno no se aburre. Y mi madre… Mi madre está encantada del lugar donde trabajo, ya que soy una fuente inagotable de sucesos y anécdotas, ya es un clásico la pregunta de: “¿ Y mi chico, que pasó esta semana…?

Y en la web también pasan cosas. Una de las mejores anécdotas vividas en la tienda virtual fue la de un cliente que quería un lubricante dilatador… ¡para su caballo!!!

amantis ha sido pionera en España en este tipo de establecimiento, un lugar de encuentro y aprendizaje sobre sexualidad, donde prima la naturalidad y buen rollo. Hasta la gente de la farándula pasa por aquí, porque saben que es una tienda «normal», no un espacio de depravación del que avergonzarse.

Para mí, lo mejor de trabajar en amantis es saber que tu buen hacer ofrecerá placer y felicidad a raudales. Son cientos los clientes que, agradecidos, nos cuentan como les ha cambiado la vida, a mejor claro, desde que vienen a nuestra tienda. Y al fin al cabo, considero que el placer es una necesidad básica, tanto como la comida, un reactivo que te da energía y alegría para afrontar cualquier cosa. En la tienda conoces gente interesante y raro es el día que no me vaya a casa con una sonrisa y la sensación del trabajo bien hecho.

Y seguiremos así. Dando placer a las más personas posibles.