Tres ganadores y 3 finalistas con una calidad y creatividad extraordinarias en el primer concurso de relatos eróticos de Centros Essential en colaboración con amantis

23 de abril de 2021

Segundo Premio «La Verdad» – Sylvia Brums

El relato de Sylvia nos recuerda, desde un estudio de radio donde reina la nostalgia, que no
solo los juguetes eróticos vibran, sino que también lo hacen las voces.
Las voces vibran. Las voces ponen, ponen las palabras, pesan las sílabas, excita el silencio, el tono y el ritmo. Excita que una mente haya pensado qué decirte, cómo decírtelo, a qué distancia de tu oído,
con qué frecuencia, en qué momento, ¿sería buena idea vender voces
eróticas enlatadas como los nuevos vibradores orgánicos? Prometemos
darle una vuelta a esto en amantis.

A saber cuántos orgasmos han escuchado los estudios de grabación de las
radios, entre nostalgias varias y voces para todos los gustos.

Os dejamos con el relato:

«De todas las sensaciones que se depositan después de trabajar en el turno de noche de una radio local la que predomina es la nostalgia. Acompañada por la soledad, dejas sonando una de esas canciones lentas que acompasan tus suaves movimientos, jugando a introducir las cosas en el bolso con el final de cada frase musical. Mi turno acaba a las 3:00. Nunca había sido demasiado puntual, pero desde que me dieron la oportunidad suelo llegar 30 minutos antes de empezar. Tan solo necesitaba eso, la oportunidad. No empiezas a tomarte la vida en serio hasta que alguien confía en ti. En mi caso confió la suerte: mi jefe se enfadó con la chica anterior porque la pilló saliendo del baño con el técnico. Siempre es más fácil despedir a las mujeres.
En ese contexto de relajación emocional, donde la sensibilidad se siente más arrebatada por el contrapunto de los instrumentales que por la propia melodía principal, me dispongo a buscar una lista para dejar sonando. Mientras, suena I didn’t know, de Skinshape.
Cautiva de la canción, mis movimientos desobedecían a mis intenciones, y sin saber por qué, estaba navegando en una carpeta llamada Recursos. La curiosidad, que siempre te empuja en los momentos de paz cuando el tiempo se ralentiza, me hizo clicar sobre uno de los audios.
La Voz empezó a hablar. Tenía un tono tranquilo, sutil, con el ligero eco del silencio, recordaba a esas voces experimentadas que te atrapan con sus historias en las noches de verano, cuando las aguas reposadas de tu mente se agitan con ese ligero golpe de viento que produce un escalofrío en tu cuerpo, para volver a ser calmadas después por la templanza de las palabras.
De súbito, noté el estremecimiento. Giré la rueda de la mesa de mezclas para subir el volumen de la Voz. Las ondas vibratorias empezaron a acomodarse por todo el estudio y cerré la puerta para quedarme a solas con la Voz. Notaba el peso de cada sílaba en mi cerebro. Eran como ligeras pulsaciones pianísticas en ritardando. Guardaba los silencios, no se apresuraba en el fraseo, el ataque era delicado, con la pesadez propia de una caricia inconsciente. Mi contacto con la mesa establecía una conexión espiritual con el sonido que yo dominaba técnicamente y que, a su vez, él me subyugaba fisiológicamente. Mis ojos desenfocaron lo suficiente para empezar a percibir todo lo que me rodeaba. Mis extremidades ingrávidas flotaban sobre el ambiente, notaba como mi cuerpo se elevaba junto a mi espíritu arrastrado por esa frecuencia inescrutable que dirigía mis emociones.
Algo cayó al suelo. Ni me inmuté. Mis capacidades sensoriales se habían activado como nunca. La Voz despertaba en mí toda la belleza de mi ser. Mi cuerpo comenzó a flotar. Los pies se despegaron del suelo. Y suspendida en el espacio, la sentí. En el paroxismo de la quietud, la paz y la exaltación, la Verdad se disparó sobre mi ser, arrancándome un ligero suspiro, posando de nuevo los pies.»